El circuito del ansia

El circuito del ansia

Las ratas modifican el comportamiento compulsivo cuando se les ajusta una conexión cerebral.


Para muchas personas que luchan contra las adicciones, contemplar los objetos relacionados con el consumo de drogas, o incluso los lugares en que las adquirieron o consumieron en el pasado, puede desatar un ansia que precipite la recaída. Asociar los estímulos ambientales con experiencias gratificantes constituye una forma básica de aprendizaje, pero algunos investigadores creen que tales asociaciones pueden adueñarse del comportamiento y empeorar los problemas como la adicción y los trastornos alimentarios.

Un equipo de investigadores dirigido por la neurocientífica Shelly Flagel, de la Universidad de Michigan, ha descubierto un circuito cerebral que podría controlar esa apropiación; las ratas que exhiben un tipo de conducta compulsiva muestran una conectividad y actividad cerebrales diferenciadas, y la manipulación del circuito alteró su conducta. Tales hallazgos podrían ayudar a entender por qué algunas personas son más proclives a no controlar los impulsos. «Se trata de un estudio impecable desde el punto de vista técnico», asegura el neurocientífico Jeff Dalley, de la Universidad de Cambridge, ajeno al trabajo.

En la publicación del estudio que tuvo lugar el pasado septiembre en eLife, explican que mostraron a las ratas una palanca inmóvil poco antes de darles una recompensa apetitosa a través de un conducto, tras lo cual las separaron en grupos según su respuesta. Todas supieron vincular la palanca con la recompensa, pero algunas, denominadas «seguidoras del objetivo», comenzaron a acercarse al conducto del alimento directamente después de ver la palanca, mientras que las «seguidoras del indicador» volvían compulsivamente a la palanca.

El equipo sospecha que intervienen dos regiones cerebrales: el núcleo paraventricular del tálamo (PVT), que dirigiría el comportamiento, y la corteza prelímbica, que intervendría en el aprendizaje por recompensa. Por medio de una técnica denominada quimiogenética, alteraron las neuronas del circuito que enlaza ambas regiones, lo que les permitió activar o inhibir las señales procedentes de la corteza prelímbica por medio de fármacos. La activación del circuito redujo la tendencia de las seguidoras del indicador a acercarse a la palanca, pero no afectó a las seguidoras del objetivo. La inhibición incitó a las seguidoras del objetivo a acercarse a la palanca (conducta de seguimiento del indicador), sin que afectase a las que ya prestaban atención a ella desde el inicio. El equipo también halló un aumento de la dopamina en el cerebro de las nuevas seguidoras del indicador, un neurotransmisor implicado en el procesamiento de la recompensa.

La corteza prelímbica parece ejercer un control descendente, mientras que el PVT procesa la señal motivadora desencadenada por el estímulo. «Los individuos parecen poseer neurocircuitos distintos en lo tocante a este equilibrio entre el control cortical descendente y los procesos subcorticales ascendentes, que son más emocionales», aclara Flagel. «Los que reaccionan intensamente a los estímulos ambientales podrían sufrir deficiencias en el control descendente.» Y plantea que las terapias cognitivas de entrenamiento podrían combatir tales carencias en el ser humano.

El circuito también supondría una nueva diana terapéutica, pero no se conoce la ubicación exacta en el cerebro humano, señala Dalley, por no decir que la adicción es más compleja que este solo mecanismo.

Como paso siguiente, intentarán examinar esos rasgos en personas. «Una vez que hayamos establecido el paradigma del seguidor del objetivo y del indicador en la especie humana, podremos estudiar si esos rasgos predicen la presencia de una psicopatología. Esperamos que ello ayude a reconocer a las personas más proclives a padecer ciertos trastornos mentales o a recaer en ellos».


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J. M. S. 

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