Leyenda o Mito La Madre de Agua
La leyenda de La Madre de Agua, es un relato muy arraigado en la tradición oral campesina, de las zonas ribereñas de los departamentos Antioquia y Tolima. Es comúnmente representada como el alma en pena de una joven mujer, de cabello rubio y ojos azules, que vaga en busca de su hijo; suele aparecer a orillas de los ríos, lagunas o fuentes de agua. Este espectro es considerado como un ser hipnótico y vengativo, que atrae a los niños y jóvenes para que se lancen al agua.
La Madre de Agua es una ninfa de las aguas, con aspecto de niña o de jovencita bellísima, de ojos azules pero hipnotizadores y una larga cabellera rubia. La característica más notoria es la de llevar los piececitos volteados hacia atrás, es decir, al contrario de cómo los tenemos los humanos, por eso, quién encuentra sus rastros, cree seguir sus huellas, pero se desorienta porque ella va en sentido contrario.
Cuentan los ribereños, los pescadores, los bogas y vecinos de los
grandes ríos, quebradas y lagunas, que los niños predispuestos al
embrujo de la madre de agua, siempre sueñan o deliran con una niña bella
y rubia que los llama y los invita a una paraje tapizado de flores y un
palacio con muchas escalinatas, adornado con oro y piedras preciosas.
Los abuelos aseguran que para romper el hechizo de la Madre de Agua, los adultos tienen que hacer rezar a los jóvenes.
¿Cuál es la leyenda de la Madre de Agua?
Cuenta la leyenda que en la época de la Conquista, en que la ambición de los colonizadores no solo consistía en fundar poblaciones sino en descubrir y someter tribus indígenas para apoderarse de sus riquezas, salió de Santa Fe una expedición rumbo al río Magdalena.
El capitán en actitud altiva y soberbia, para castigar el comportamiento
del nativo ordenó amarrarlo y azotarlo hasta que confesara dónde
guardaba las riquezas de su tribu, mientras tanto iría a preparar una
correría por los alrededores del sector.
La hija del avaro castellano estaba observando desde las ventanas de sus habitaciones con ojos de admiración y amor contemplando a aquel coloso, prototipo de una raza fuerte, valerosa y noble.
Tan pronto salió su padre, fue a rogar enternecida al verdugo para que cesara el cruel tormento y lo pusieran en libertad. Esa súplica, que no era una orden, no podía aceptarla el vil soldado porque conocía perfectamente el carácter enérgico, intransigente e irascible de su superior, más sin embargo no pudo negarse al ruego dulce y lastimero de esa niña encantadora.
La joven española de unos quince años, de ojos azules, ostentaba una larga cabellera dorada, que más parecía una capa de hilo amarilla por la finura de su pelo. La bella dama miraba ansiosamente al joven cacique, fascinada por la estructura hercúlea de aquel ejemplar semisalvaje.
Cuando quedó libre, ella se acercó. Con dulzura de mujer enamorada lo atrajo y se fue a acompañarlo por el sendero, internándose entre la espesura del bosque. El aturdido indio no entendía aquel trato, al verla tan cerca, él se miró en sus ojos, azules como el cielo que los cobijaba, tranquilos como el agua de sus pozos, puros como la florecillas de su huerta.
Ya lejos de las miradas de su padre lo detuvo y allí lo besó apasionadamente. Conmovida y animosa le manifestó su afecto diciéndole: !Huyamos!, llévame contigo, quiero ser tuya.
El lastimado mancebo atraído por la belleza angelical, rara entre su raza, accedió, la alzó intrépido, corrió, cruzo el río con su amorosa carga y se refugió en el bohío de otro indio amigo suyo, quien la acogió fraternalmente, le suministro materiales para la construcción de su choza y les proporcionó alimentos. Allí vivieron felices y tranquilos.
Pasaron los meses y la feliz pareja, con la llegada del primogénito
rebosaban de alegría. Sin embargo, una india vecina, conocedora del
secreto de la joven pareja y sintiéndose despreciada por el indio, optó
por vengarse.
Esa noche escapó a la fortaleza a informar al conquistador el paradero
de su hija. Excitado y violento el capitán, corrió al sitio indicado por
la envidiosa mujer a desfogar su ira como veneno mortal. Ordenó a los
soldados amarrarlos al tronco de un caracolí de la orilla del río.
Entretanto, el niño le era arrebatado brutalmente de los brazos de su
tierna madre.
El abuelo le decía al pequeñín: "morirás indio inmundo, no quiero
descendientes que manchen mi nobleza, tú no eres de mi estirpe, furioso
se lo entregó a un soldado para que lo arrojase a la corriente, ante las
miradas desorbitadas de sus martirizados padres, quienes hacían
esfuerzos sobrehumanos de soltarse y lanzarse al caudal inmenso a
rescatar a su hijo, pero todo fue inútil.
Vino luego el martirio del conquistador para atormentar a su hija, humillarla y llevarla sumisa a la fortaleza. El indio fue decapitado ante su joven consorte quien gritaba lastimeramente. Por último la dejaron libre a ella, pero, enloquecida y desesperada por la pérdida de sus dos amores, llamando a su hijo, se lanzó a la corriente y se ahogó.
La leyenda cuenta que en las noches tranquilas y estrelladas se oye una canción de arrullo tierna y delicada, tal parece que surgiera de las aguas, o se deslizara el aura cantarina sobre las espumas del cristal.
La linda rubia que sigue buscando a su querido hijo por los siglos de los siglos, es la MADRE DEL AGUA. La diosa o divinidad de las aguas; o el alma atormentada de aquella madre que no ha logrado encontrar el fruto de su amor.
Por eso, cuando la desesperación llega hasta el extremo, la iracunda
diosa sube hasta la fuente de su poderío, hace temblar las montañas, se
enlodan las corrientes tornándolas putrefactas y ocasionando pústulas a
quienes se bañen en aquellas aguas envenenadas.
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