Velazquez
Mirando un cuadro (Diego Velazquez)
La fragua de Vulcano
La
fragua de Vulcano es una obra de Diego Velázquez pintada en Roma en
1630, según informa Antonio Palomino, durante su primer viaje a Italia y
junto a La túnica de José, opinión compartida por la crítica. Ambos
cuadros fueron pintados sin mediación de encargo, por iniciativa del
propio pintor quien los conservó en su poder hasta 1634, vendiéndolos a
la corona en esta fecha, junto con otras obras de mano ajena, para la
decoración del nuevo Palacio del Buen Retiro.
Actualmente se encuentra en el Museo del Prado desde su ingreso a la colección el 5 de agosto de 1819.
Tema
Palomino
ofreció una descripción precisa de su asunto: «otro cuadro (...) pintó
en este mismo tiempo, de aquella fábula de Vulcano, cuando Apolo le
notició su desgracia en el adulterio de Venus con Marte; donde está
Vulcano (asistido de aquellos jayanes cíclopes en su fragua) tan
descolorido, y turbado, que parece que no respira». El motivo está
tomado de Las metamorfosis de Ovidio, 4, 171-176, y refleja el momento
en que Apolo, «el dios Sol que todo lo ve», revela a Vulcano el
adulterio de Venus con Marte, del que él ha sido el primero en tener
noticia. El herrero Vulcano, esposo ofendido, al recibir la noticia,
perdió a la vez «el dominio de sí y el trabajo que estaba realizando su
mano de artífice».
El
tema tenía poca tradición iconográfica. Algo más corriente era
representar el momento inmediatamente posterior, donde Ovidio presenta a
Vulcano sorprendiendo a los adúlteros y apresándolos en una red,
haciéndolos objeto de la mofa de los dioses. Jonathan Brown propuso como
fuente para La fragua un grabado de Antonio Tempesta en viñeta separada
para una edición ilustrada de Las Metamorfosis salida de las prensas de
Amberes en 1606, que Velázquez habría utilizado introduciendo numerosas
modificaciones.
De
las intenciones de Velázquez con esta pintura se han ofrecido diversas
interpretaciones. Para Tolnay el asunto representado no estaría
relacionado con el adulterio desvelado, sino con una suerte de «visita» e
inspiración de las artes mayores, representadas en Apolo-Helios, a las
artes menores, representadas en el herrero, lectura condicionada por su
propia forma de interpretar Las hilanderas y Las Meninas como una
vindicación del arte frente al oficio mecánico.4 Para otras
interpretaciones iconográficas el asunto debe entenderse en relación con
La túnica de José, cuadro con el que La fragua habría formado pareja.
En ambas pinturas se relatan historias de traición y engaño, en las que
se ejemplificaría la fuerza de la palabra sobre las acciones humanas,
según Julián Gállego y, por tanto, de la Idea platónica sobre la acción
material, mientras que Diego Angulo recuerda que José es prefigura de
Cristo como Apolo-Helios puede ser identificado con Cristo-Sol de
justicia.
Sin
embargo, estas interpretaciones perderían sentido, como ha señalado
Jonathan Brown, si las dos pinturas fueran independientes en su
ejecución, al constatarse una diferencia en las dimensiones originales
de las telas, lo que implicaría que los espectadores debían de verlos
como cuadros distintos. La tela de La fragua presenta, en efecto, dos
bandas añadidas a los lados, de unos 22 cm. a la izquierda y de 10 cm. a
la derecha, que López-Rey pensó podrían haberse cosido en el momento de
pasar el cuadro del Palacio del Buen Retiro al Palacio Real Nuevo. El
estudio técnico realizado en el Museo del Prado indica, sin embargo, que
es posible que las dimensiones originales hubiesen sido muy similares a
las actuales, por lo que no cabría descartar el emparejamiento
temático, aunque su temprana separación, al ser llevada a El Escorial La
túnica, y la posible aquiescencia de Velázquez a esta separación,
abonan la independencia entre ellas. Según dichos estudios, la identidad
de los pigmentos empleados en la tela central y en los añadidos indican
que las bandas laterales, aunque en tela de distinto material, se
añadieron a la vez que se componía el cuadro, excepto quizá la más
delgada de unos 12 o 14 cm. en el lado izquierdo.
Análisis
Velázquez
se sirvió ampliamente de sus estudios sobre estatuaria clásica, de los
que informa Palomino, en una especie de ejercicio escolar, modificando
los puntos de vista y disponiendo las figuras como en un friso a la vez
que, con la objetividad aprendida en Sevilla, disponía los objetos de
naturaleza muerta presentes en el lienzo, especialmente los situados
sobre la chimenea, atendiendo a la calidad de sus superficies como si de
un bodegón se tratase.
En la penumbra del taller, iluminado por la chimenea y con predominio de los colores terrosos, irrumpe el dios solar irradiando luz de la cabeza y del manto amarillo que, con el fragmento de cielo azul, animan la composición. Las sombras modelan los cuerpos, pero con una luz difusa que matiza las zonas no iluminadas, superado el tenebrismo por el ejemplo quizá de Guido Reni. Los mundos celeste y subterráneo, representados por Apolo y Vulcano, se manifiestan de forma diferente también en el estudio de sus cuerpos desnudos. El rubio Apolo, coronado de laurel como dios de la poesía, exhibe un desnudo adolescente, de formas delicadas y carnes blancas, en apariencia frágil pero duro como un mármol antiguo. Ninguna idealización, en cambio, en los cuerpos de Vulcano y los cíclopes, trabajadores curtidos por el esfuerzo lo que se refleja en las carnes apretadas y los músculos tensos, aunque detenidos, observando atónitos al dios solar. Aun tratándose de desnudos académicos, con recuerdos de estatuaria clásica, han sido reinterpretados por el estudio del natural, con modelos vivos, que han puesto también los rostros de seres corrientes. El estudio técnico realizado en el Museo ha puesto de manifiesto la forma de matizar las carnaciones en los torsos desnudos de las figuras. Sobre una primera base de coloración, Velázquez manchaba desigualmente en zonas «con los mismos pigmentos muy diluidos, como ensuciando la superficie». Conseguía así crear el efecto de volumen y morbidez de la carne por el juego de luces y sombras.
Velázquez
hubo de sentirse atraído también por las posibilidades dramáticas del
tema, que le permitían hacer una demostración gestual por las reacciones
diversas que en el receptor del mensaje y en sus acompañantes produce
la noticia.
Respondiendo
a las interpretaciones que creen ver en el tratamiento velazqueño de la
mitología una intención burlesca, por la utilización de tipos populares
y aun vulgares, situados en contextos comunes -la fragua- Diego Angulo
recogió algunas de las interpretaciones literarias del mito coetáneas a
la pintura de Velázquez, negando a la vista de ellas ese carácter
desmitificador que se le atribuye: en su interpretación del mito
Velázquez no insiste en la fealdad y deformidad de Vulcano, como lo hizo
Juan de la Cueva en Los amores de Marte y Venus, extenso poema en el
que se presenta a Apolo actuando por despecho y a Vulcano, objeto de las
burlas de los dioses, como el perfecto cornudo, papel que representa
igualmente en los Donaires del Parnaso de Alonso de Castillo Solórzano.
Con la fábula mitológica hace Velázquez lo mismo que había hecho antes
con los asuntos evangélicos de La cena de Emaús o de Cristo en casa de
Marta y María: aproximarlo a lo cotidiano, entendiendo el mito como un
medio de pensamiento y acción puramente humanos.
"La fragua de Vulcano"Autor: Diego VelázquezAño: 1630Museo del Prado, Madrid, España
"La fragua de Vulcano"
Autor: Diego Velázquez
Año: 1630
Museo del Prado, Madrid, España
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