Mundo Virtual
Sociologia
Vivir en mundo virtual
Vivir en mundo virtual
En cualquier autobús, supermercado, lugar de trabajo o sentados a la mesa, el teléfono móvil parece haberse convertido en una parte de la mano, en un succionador de la atención tanto de jóvenes como de adultos. Las tabletas, ordenadores y demás dispositivos electrónicos, aderezados con videojuegos, redes sociales o Internet, nos presentan un escenario cotidiano radicalmente distinto al de cualquier generación anterior: el nuevo mundo virtual.
Dos sujetos avanzan por una ciudad en ruinas armados hasta los dientes, dispuestos a todo para alcanzar su objetivo. El ataque del enemigo es inminente. En cualquier momento, desde cualquier rincón. La alerta instalada en los ojos, las manos sudorosas. Este lado está cubierto, se convencen mutuamente. Hombro con hombro saben reconocer en el timbre de voz del compañero la adrenalina que despierta la incertidumbre, a pesar de que nunca se han visto.
A escasos metros, el vidrio de una pantalla bastante más pequeña refleja la alegría en los ojos de una joven sentada en el sofá. Siete « me gusta » y el emoticono de una cara sonriente en apenas diez minutos. Y mientras tanto, el sonido repetitivo de un ringtone , conversación incesante por mensaje entre un grupo de amigos, se entremezcla con la voz enérgica del niño que no para de darle indicaciones por el micrófono al compañero de batallas.
No importa el tamaño o el formato, piensa la abuela mientras observa aún con descreimiento el cuadro que cada día gana protagonismo en el salón de la casa. Las pantallas parecen hipnotizarlos.
«Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad; el mundo solo tendrá una generación de idiotas», vuelve a citar a media voz mientras la cabeza, anticipándose a ese « los tiempos han cambiado » que siempre tienen como respuesta los jóvenes y no tan jóvenes, niega más con un deje de desconcierto que de desaprobación.
Un antes y un después del mundo virtual
La tecnología ha abierto una brecha en la historia. Ha marcado un antes y un después, principalmente para las generaciones del siglo pasado que aún vuelven la mirada al pasado con cierta nostalgia.
«Nosotros no teníamos acceso a cientos de programas, series o películas. Ni podíamos entretenernos con los más diversos y hasta sofisticados videojuegos. Tampoco teníamos un millón de amigos repartidos por todo el mundo para introducirnos en ese universo virtual para jugar o para contarnos las actividades del día o confesarnos nuestros más íntimos anhelos. Nuestros amigos eran los vecinos con los que nos juntábamos a jugar a polis y cacos, al escondite, al ping pong, al futbolín, a la goma, a la cuerda, a la rayuela o a todo aquel juego que nuestra imaginación, motivada por las ganas de divertirnos, creaba. Eran aquellos con los que muchas veces nos juntábamos a hacer nada para más tarde hacer de todo», recuerdan invadidos por la incomprensión que les genera esa entrega enfermiza –piensan– a las redes sociales, videojuegos o Internet de jóvenes y no tan jóvenes.
Evolución o involución
A lo largo de los años se han llevado a cabo muchos estudios sobre el impacto que la tecnología ejerce sobre la sociedad. Y es que no son pocos los que a esta altura se preguntan si esta nos lleva a una evolución o a una involución.
Si uno le preguntara a Juan Alberto Estallo sobre el impacto de la tecnología, su respuesta a grandes rasgos sería que este es positivo. Experto en el estudio de los efectos psicológicos de las nuevas tecnologías sobre los seres humanos, puso en jaque con su libro Juicios y prejuicios sobre los videojuegos todas esas manifestaciones alarmistas, como él mismo las califica, que buscan desvirtuar los beneficios de estos. «Todos los estudios realizados hasta la fecha coinciden en la ausencia de efectos adversos a nivel intelectual derivados del juego con videojuegos. De este modo, estamos en condiciones de afirmar que los jugadores de videojuegos suelen ser sujetos de mayor nivel intelectual que sus compañeros no jugadores, a la vez que presentan diferencias en su estilo de procesar la información. Sin embargo, no debe buscarse una relación causal entre el juego y el mayor nivel intelectual. De existir esta relación posiblemente sea a la inversa, de tal modo que los individuos mejor dotados intelectualmente sentirían mayor curiosidad e interés por este entretenimiento».
Postura que se acerca bastante a la de Alberto Posso, investigador australiano de la Escuela de Economía RMIT de la Universidad de Melbourne (Australia). Tras analizar los datos de la encuesta internacional PISA de más de 12.000 estudiantes australianos de quince años de edad en materias como matemáticas, lectura y ciencias, concluyó que los juegos en red, al retar a los jóvenes a resolver puzles para pasar al siguiente nivel, implican el uso práctico de estas asignaturas.
Resultados que, sin embargo, contrastan con los del estudio realizado por el Centro para el Estudio de la Violencia en la Universidad Estatal de Iowa. Los científicos encontraron indicios de que los videojuegos violentos pueden llevar a los niños a reaccionar de una manera más hostil y violenta. Dicho estudio reveló que aquellos que jugaban más horas por semana a videojuegos violentos presentaban aumentos en la conducta y tendencias a reacciones agresivas.
Estos juegos electrónicos, aseguran muchos psicólogos, son considerados incluso más adictivos que la televisión debido a su sistema de recompensa y a su estructura de repetición, pudiendo así crear gran dependencia en niños y adolescentes. El hecho de recurrir a este método de entretenimiento de manera continua puede provocar una bajada en la producción de los niveles de dopamina, una hormona y neurotransmisor que fomenta las sensaciones de carácter positivo y bienestar, sostienen otros.
Suma y sigue
Controversias que se extienden a las redes sociales y el uso de Internet en general. En cualquier autobús, supermercado, centros educativos, lugares de trabajo, cafeterías e incluso baños, el móvil parece haberse convertido en una extensión del cuerpo, una parte casi inseparable de la mano, que mantiene atrapado el interés tanto de jóvenes como de adultos.
Un suma y sigue de esta revolución que desliza por el cada vez menos fino y más sólido hilo de la incertidumbre, en una suerte de vaivén continuo, a un amplio sector la sociedad. La evolución es innegable, se asegura, pero a costa de qué.
Los videojuegos, Internet, los ordenadores, las tabletas o los móviles son dispositivos que acercan, comunican o entretienen. No hay dudas. Información inmediata al alcance de la mano, diversión o interacción social parecen ser el imán para que estas herramientas posean el monopolio del interés general. Basta con observar a nuestro alrededor para confirmarlo. Pero solo basta hacerlo con detenimiento y cierto criterio para entender y asumir que nos tienen enganchados.
Una acertada motivación
Dos o tres personas en una habitación y la amalgama de respiraciones es la única evidencia de vida. En la mesa, el tenedor le cede el turno al vaso; una mano basta para alimentarse. El baño, nuevo estudio de fotografía para muchos adolescentes. Un cuadro cada vez más común. La imagen representativa del siglo XXI: personas encapsuladas en ese mundo que ofrecen, seductoras, las pantallas.
Pero no hay adicción, aseguran, cansados de las alarmas, sin apartar la vista de esos rectángulos.
Y otra vez más estudios y más estadísticas para llegar al quid de esta adicción poco reconocida por muchos. Uno que sin embargo desvela, una vez más, la naturaleza humana. La necesidad de reconocimiento personal y de aceptación, la rápida gratificación, la facilidad para entrar en contacto con otras personas sin importar la distancia física y con la sensación desinhibidora del anonimato que permite la posibilidad de comunicar lo que queremos y como queremos, son un gancho importante. La conquista del ego parece ser el leitmotiv de estos sistemas. En definitiva, una acertada y conveniente motivación para ganar millones y millones de adeptos sin que estos se muevan de sus casas. Personas que poco a poco sienten más cercanía con aparatos que con otras personas. Un aislamiento intencional –se puede llegar a pensar– que además genera millones de ganancias a una industria que sigue en alza.
Los tiempos han cambiado
Es cierto. Los tiempos han cambiado. Atrás, muy atrás nos parece que quedaron las colas en las cabinas telefónicas afincadas en cualquier barrio, las esperas para recibir aquellas cartas escritas de puño y letra o las manos ahuecadas para ganar cromos.
Hace más de dos décadas que la tecnología comenzó a adentrarse en los hogares para finalmente instalarse y lograr revolucionar el mundo. Al menos esa tecnología que solemos asociar con la modernidad, dígase ordenadores, móviles, videojuegos, Internet o redes sociales, entre otros muchos. Porque también está la otra, que de tan cotidiana la pasamos por alto. Los libros, la ropa o un simple ventilador no siempre estuvieron presentes. Surgieron en algún momento de la historia gracias a la curiosidad, trabajo arduo y perseverancia de determinadas personas. Herramientas todas, en definitiva, cuya finalidad principal, como todas las que ha ido produciendo el ser humano a lo largo de la historia, ha sido la de facilitar y mejorar la calidad de vida.
¿Qué hubiera sido de nosotros sin personas como Galileo Galilei, Gutenberg, Blaise Pascal, Graham Bell, Hedy Lamarr, Grace Murray Hopper o Steve Jobs? Años de sus vidas dedicados a la investigación nos permiten hoy en día realizar una videoconferencia en tiempo real con un ser querido que vive a miles de kilómetros, o mandar un mensaje que llega en menos de un minuto. La invención del ábaco 3500 a. de C., la imprenta en el siglo XV, el teléfono (1876), la televisión (1926), el desarrollo del primer ordenador (1936) o Internet (1967) han sido las bases que dieron origen a la tecnología que disfrutamos hoy en día.
Una tecnología que, sin duda, ha revolucionado el mundo concediéndonos el privilegio de la inmediatez, el acercamiento en el medio de la comunicación, el acceso a la información o la conquista de nuevos entretenimientos. Pero entonces, ¿debemos renunciar a estos avances?
La tecnificación es imparable. Es un hecho que ha generado, genera y va seguir generando disyuntivas. ¿Manipulación, dependencia adictiva? Una realidad innegable. El mercado del consumismo es el que manda y para este su fin justifica los medios. Pero ¿dónde queda nuestra capacidad de elección? Ortega y Gasset afirmaba: «El hombre, desde que está en el mundo, tiene la capacidad de elegir y elegirse a cada instante. Es necesario que se haga a sí mismo, que construya su propia esencia en el transcurso de su camino vital».
A lo mejor deberíamos tomar como premisa la acertada frase de Einstein que dice que el espíritu debe prevalecer sobre la tecnología. Quizás así alcanzaríamos ese equilibrio que nos permitiría distinguir la diferencia entre el uso y el abuso, que nos ayudaría a entender además que el problema no es la tecnología sino lo que nosotros hacemos con ella.
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